MAHAVATAR BABAJI HA CONSERVADO SU CUERPO POR TIEMPO INDEFINIDO

Dios no permite que ningún profeta permanezca en la tierra para siempre ante la mirada pública. Mahavatar Babaji ha conservado su cuerpo por tiempo indefinido, pero no se le permite hacer ostentación ante el mundo de esa dispensa especial. Por ese motivo, él no es accesible a la humanidad en general, excepto a través de las silenciosas bendiciones que prodiga. Aunque vive por siempre, también permanece por siempre oculto. Lo mismo ocurre con Jesús. Ya sea en posesión de un cuerpo o sin él, las almas liberadas viven eternamente en el Espíritu. Pueden aparecer abiertamente en cualquier momento y lugar que deseen, pero no les está permitido permanecer accesibles a las multitudes de modo visible. Dios no se lo consiente a ningún maestro, porque ello ejercería una coacción que alteraría el orden cósmico, el cual se basa en el libre albedrío del hombre. Los seres humanos idolatrarían la personalidad fenoménica de esas almas divinas y olvidarían al Espíritu; intentarían confinar a Dios en una forma humana y, despreocupadamente, abandonarían la búsqueda del Ser omnipresente, inmortal y sin forma. Por otra parte, la gente en general seguiría de manera masiva a ese único profeta, y todos aquellos que no creyesen en ese aspecto específico de la divinidad se quedarían atrás. Pero Dios no desea que esto ocurra; a través de los diversos emisarios que Él envía cumple con su compromiso de atender las necesidades de todos sus hijos, que se encuentran en diversos niveles de evolución. Su mensaje, que contiene siempre las mismas verdades eternas, es, sin embargo, siempre nuevo en términos que son esenciales para cada época y lugar en particular. Cuando un santo completa la misión singular que se le ha asignado, Dios lo retira del mundo para que continúe prestando ayuda detrás de la escena cósmica. He oído decir a grandes santos de la India: «Estoy haciendo demasiado. Dios me llevará de este mundo». Nadie se atrevería a alterar los designios de Dios.

Paramahansa Yogananda. Libro “La segunda venida de Cristo. Vol III”. Pág 341