Desde las profundidades de mi dormitar, al ascender la escalera espiral del despertar, susurro: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Tú eres el alimento, y cuando gusto tu Ser, rompiendo el ayuno de nuestra nocturna separación, mentalmente canto: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
No importa adonde vaya, el foco de mi mente se vuelve eternamente hacia Ti. Y, en medio del campo de batalla de la actividad, mi silente grito de guerra es siempre: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Cuando la salvaje tempestad de las tribulaciones resuena, cuando las preocupaciones aúllan ante mí, ahogo su clamor, cantando en alta voz: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Cuando mi mente borda ensueños con los hilos de los recuerdos, en aquella mágica tela, un nombre imprimo: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Cada noche, en el más profundo dormir, mi paz, soñando, clama: ¡Gozo! ¡Gozo! ¡Gozo! Y mi gozo asoma, cantando eternamente: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Al despertar, al comer, al trabajar, al dormir, al soñar, al servir, al meditar, al cantar, al amar divinamente, por siempre mi alma exhala un solo son, silente: ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!
Paramahansa Yogananda. Libro "Cantos del Alma". Pág 170