Antes de la edad en que la testarudez carente de discernimiento y las tendencias kármicas del pasado tomen el control, puede observarse en los niños la manifestación natural de algunos atributos de la Conciencia Crística. Por eso, Jesús cita el ejemplo de los niños para recordarle al devoto las cualidades que aquéllos poseen y que, muy a menudo, se corrompen en la mentalidad y los hábitos de los adultos: pureza, candidez, inocencia, obediencia, humildad, mansedumbre, amor, confianza, y gozo, ausencia de egoísmo y de identificación con el cuerpo, ausencia de egolatría y de apegos. Únicamente cuando el devoto adquiere estas cualidades, mediante la práctica de la meditación profunda y la autodisciplina, está preparado para acoger y expresar la Conciencia Crística.
La mente pura del niño se encuentra, por naturaleza, centrada en el paraíso, en la elevada conciencia del ojo espiritual; pero, con el despertar sexual y los poderosos impulsos de los sentidos para obtener gratificación, la mente es expulsada de las potencialidades superiores del paraíso y desciende al estado de identificación con los sentidos carnales, que permanecen absortos en el mundo físico. Como resultado, “Adán y Eva” (la razón y el sentimiento) son expulsados del Edén en cada nueva generación de niños cuando éstos caen en la trampa del engaño. La conciencia celestial con que las almas están destinadas a disfrutar de la vida terrenal se degrada y deviene en las percepciones dualísticas del bien y del mal, con sus placeres pasajeros y pesares recurrentes que son la suerte de quienes están sujetos a la conciencia del cuerpo.
Paramahansa Yogananda. Llibro "La segunda venida de Cristo, Tomo II". Pág 389