LA COMPRENSIÓN DEL SENTIDO DE LA MUERTE - SEGUNDA PARTE

El Bhagavad Guita se refiere en forma hermosa y consoladora a la inmortalidad del alma:

El espíritu no tiene nacimiento ni puede perecer jamás:

Ha existido desde siempre. ¡El Comienzo y el Fin son sólo sueños!

El espíritu permanece por siempre inmutable, sin nacimiento ni muerte.

Aunque su morada temporal perezca, el espíritu es invulnerable a la muerte.

La muerte no constituye el fin: es una emancipación temporal, que se te concede cuando el karma —la ley de la justicia— determina que tu cuerpo y ambiente actuales han cumplido su propósito, o cuando te encuentras demasiado exhausto por el sufrimiento como para continuar resistiendo el fardo de la existencia física. Para quienes se encuentran padeciendo, la muerte es resucitar de las dolorosas torturas de la carne y despertar en la paz y la calma. Para las personas ancianas, la muerte constituye una pensión ganada a través de años de lucha en la vida. Y para todo ser, la muerte es un bendito reposo.

Cuando piensas que el mundo está plagado de muerte, y que también tú habrás de abandonar el cuerpo, el plan de Dios parece muy cruel; te cuesta concebir que Él sea compasivo.

Pero cuando contemples el proceso de la muerte con el ojo de la sabiduría, te darás cuenta de que, en definitiva, se trata sólo de un pensamiento de Dios que, tras una pesadilla de cambio, nos permitirá llegar de nuevo a la bienaventurada libertad de su divina presencia. Tanto los santos como los pecadores gozan de libertad en el momento de la muerte, en mayor o menor medida de acuerdo con sus méritos. En el onírico mundo astral del Señor —el lugar al que llegan las almas tras la muerte—, disfrutan de una libertad que nunca conocieron durante su vida terrena.

Por lo tanto, no sientas pena por la persona que está atravesando la ilusión de la muerte, pues enseguida será libre. Una vez que salga de aquella ilusión, comprobará que, al fin y al cabo, la muerte no era tan mala, y comprenderá que su mortalidad era sólo un sueño, y se regocijará al constatar que el fuego no puede quemar su alma ni el agua puede ahogarla: es libre y está a salvo.

La conciencia del hombre moribundo comprueba súbitamente que se encuentra libre del peso del cuerpo, de la necesidad de respirar y de cualquier dolor físico. El alma experimenta la sensación de flotar a través de un túnel de luz suave, difusa, plena de paz. A continuación, el alma penetra en un estado de sueño en el que todo se olvida y que es un millón de veces más profundo y más agradable que el más profundo sueño experimentado en el cuerpo físico. [...]  

Cada ser humano experimenta de manera distinta el estado que se produce después de la muerte, según haya sido el tipo de vida que llevase mientras estaba en la tierra. Así como la duración y profundidad del sueño varía de una persona a otra, así también varían sus experiencias después de la muerte. El hombre de bien que ha trabajado arduamente en la fábrica de la vida penetra durante un breve tiempo en un sueño profundo, inconsciente y reparador, despertando luego en alguna región del mundo astral: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones».

Pasajes de los escritos de Paramahansa Yogananda