Hay personas con las que nos relacionamos día tras día y, sin embargo, jamás las conocemos realmente ni sentimos afinidad con ellas. Pero hay otras personas con las que inmediatamente nos sentimos en profunda armonía desde el primer momento en que nos encontramos. Y no se trata de una sensación física, se trata de un recuerdo del pasado. A muchísima gente con la que me he relacionado en este país, en la India y en otros lugares, la había conocido antes. La amistad es aún más fuerte ahora. No concluyó en vidas pasadas y, por lo tanto, debe continuar evolucionando en esta vida. La amistad es la forma más elevada del amor. Como tal, su propósito es evolucionar hasta llegar a ser una manifestación divina del amor eterno de Dios. La amistad es la más elevada de las relaciones, porque en la amistad no existe coacción; nace de la elección libre que realiza el corazón; se trata de Dios llamando a las almas para que vuelvan a unirse con Él. Si puedes ser amigo incondicional de todos, habrás experimentado el amor divino.
No muchas personas en este mundo encuentran amigos verdaderos; los simples conocidos no deben ser tomados por amigos verdaderos. La amistad duradera no está fundada en el amor humano egoísta, y en ella no existe el apego. Se trata de una amistad incondicional entre dos o más almas: tal vez no exista relación alguna entre ellas, posiblemente sean miembros de una familia, o de un matrimonio. Y será más pura si la integran almas que buscan a Dios o que le han encontrado. Esa era la amistad que existió entre Cristo y sus discípulos. De lo contrario, las relaciones se convierten en apego y permanecen en el plano del amor humano, apartando al alma de su suprema amistad con Dios.
Puede desarrollarse una verdadera amistad entre dos mujeres, entre dos hombres, o entre hombre y mujer. La cuestión esencial es que esté basada en las cualidades del alma y no en las cualidades terrenales o en la atracción física. Este tipo de amistad solamente puede tener lugar cuando te liberes de la conciencia de que eres hombre o mujer.
Libro "El Amante Cósmico", Paramahansa Yogananda, página 316