Este mundo es un escenario en el
que nos hemos reunido para representar nuestros papeles relativos a la vida
individual, familiar, nacional e internacional. Pero, al llamado de la
ley kármica, nos retiramos a descansar tras la escena terrenal, aguardando a
que se nos asigne el siguiente papel y un nuevo disfraz corporal para
representarlo. No debemos detenernos a cavilar tristemente acerca del
momento en que el telón caerá y dará por terminado nuestro presente
personaje. Más bien, es necesario que nos esforcemos al máximo por
representar nuestro papel -grande o pequeño- de manera excelente y con buena
disposición para ser merecedores de que se nos reciba en el seno de Dios, de lo contrario, el karma nos obligará a regresar al escenario de la
tierra una y otra vez, hasta que logremos perfeccionar nuestra actuación.
Así pues, en lugar de permitir
que el tiempo y la fatalidad gobiernen nuestro destino y destruyan la vida,
encarnación tras encarnación, ¿por qué no dejar que Dios, con su toque
celestial, nos conceda la inmortalidad? No será preciso entonces que
continuemos arrastrándonos hasta el seno del más allá con el objeto de
descansar. Si estamos junto a Dios, seremos la Vida Eterna misma y jamás
volveremos a quedar cautivos de las limitaciones tras los muros de la prisión
del pasado, el presente y el futuro. (P. Yogananda, El vino de místico pág 62)